lunes, 20 de marzo de 2017

Tatsugoro Matsumoto y la magia de las Jacarandas en México


En el año de 1912, el alcalde de la ciudad de Tokio, Yukio Ozaki, obsequió a los Estados Unidos cerca de 3 mil árboles de cerezo que se plantaron en la capital de ese país. En los siguientes años  la ciudad de Washington se vio inundada de millones de cerezos en flor que empezaron a pintar  con su color todo el paisaje de la capital norteamericana al inicio de la primavera.
En la Ciudad de México  hubo un intento para plantar miles de árboles de cerezo. El presidente Pascual Ortíz Rubio durante su estancia en el cargo (1930-1932) solicitó al gobierno japonés la donación de ese tipo de árboles para colocarlos en las avenidas principales de la ciudad como símbolo de amistad entre ambos pueblos. El Ministerio del Exterior de Japón le pidió a un emigrante que ya tenía décadas de residir en México, Tatsugoro Matsumoto, su consejo para determinar si era factible que la flor se adaptara a las condiciones de la ciudad. El emigrante explicó a ambos gobiernos que la  floración del cerezo era poco probable que se realizara debido a que se requería un cambió mucho más brusco de temperatura entre el invierno y la primavera que la Ciudad de México no experimentaba. De este modo el proyecto quedó desechado ante la experta recomendación de Matsumoto.
Tatsugoro fue uno de los primeros emigrantes que arribó  a México, justo un año antes de la primera emigración masiva de pioneros japoneses a Chiapas en el año de 1897.  Tatsugoro fue invitado al país andino por Oscar Heeren para crear un jardín japonés en uno de los lugares más famosos de  la ciudad de Lima, la denominada Quinta Heeren. En ese lugar Tatsugoro conoció a un rico hacendado y minero mexicano, José Landero y Coss, quien quedó maravillado por la obra que realizó Matsumoto. Landero invitó a Matsumoto a su Hacienda de San Juan Hueyapan, cercana a la ciudad de Pachuca, para que creara un jardín del mismo tipo con su lago artificial.
En el tiempo en que llegó Matsumoto a México, la Colonia Roma era uno de los barrios más elegantes de la ciudad, y fue el lugar preferido donde los nuevos ricos surgidos durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1911) construyeron sus residencias. 
Gracias a su intenso trabajo y a la belleza de sus trabajos, Tatsugoro Matsumoto empezó a ser apreciado dentro de los sectores  acaudalados de la sociedad porfiriana. En el año de 1900 el periódico editado en inglés, Mexican Herald1, ya daba cuenta del emigrante japonés; su fama llegó a los oídos del propio Porfirio Díaz y de su esposa Doña Carmelita. El presidente lo invitó a hacerse cargo tanto de los arreglos florales de la residencia presidencial  instalada en el Castillo de Chapultepec como del mismo bosque que rodeaba el majestuoso castillo.
En el año de 1910 suceden dos grandes acontecimientos que marcaron la vida de Tatsugoro. En septiembre de ese año se celebró el primer centenario de la independencia de México. Para tan importante conmemoración, el gobierno del presidente Díaz invitó a representantes de los gobiernos amigos de México. A un costado del palacio, Matsumoto montó un jardín con un pequeño lago artificial que inauguraron el propio presidente Díaz y la delegación diplomática japonesa.
En ese mismo año, Sanshiro Matsumoto, hijo de Tatsugoro, arribó de Japón en busca de su padre del que no tenía noticias. Ambos empezaron entonces a crear un gran emporio a pesar de las enormes dificultades que representó el inicio del movimiento revolucionario en México.
Al estabilizarse la situación política después del enfrentamiento armado, los Matsumoto recomendaron al presidente Álvaro Obregón (1920-1924)  plantar en las principales avenidas de la ciudad de México árboles de jacaranda  que Tatsugoro había introducido desde Brasil y reproducido en sus viveros. Las condiciones climatológicas eran las adecuadas para que al inicio de la primavera el árbol floreciera, además Tatsugotro consideró que la flor duraría más tiempo ante la ausencia de lluvia en la Ciudad de México durante esa temporada.
El consejo de Tatsugoro fue certero y visionario por lo que hoy podemos disfrutar de nuestro hanami (fiesta de observación de flores) con las jacarandas que en los meses de marzo y abril se nos aparecen de pronto como magia y nos recuerdan que los Matsumoto siguen con nosotros.

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